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viernes, 14 de enero de 2011

Otra vez filosofía de bar







Construcción de la ética a partir de la estética
(una cuestión compositiva)

Para no volver sobre el error conceptual nocivo de considerar la existencia de una naturaleza que cuidar, ya no nos referiremos a natura. En su reemplazo utilizaremos el concepto de lo ambiental. Si bien está cada vez más difundido el criterio de que lo ambiental, incluye lo cultural, aquí comenzaremos considerándolos dos conceptos separados para comprender hasta que punto ambos se corresponden y en la realidad conforman una unidad inseparable, como lo ético y lo estético.

Lo cultural puede tener distintas acepciones. Esa donde confundimos cultura con síntesis de la historia cultural (Expresiones artísticas y/o intelectuales), separando así la evolución cultural de las sociedades, entre hombres cultos en contraposición a hombres “bárbaros”. Lo que nos lleva a considerar algunas sociedades como más cultas, cuando en realidad sólo son más poderosas. Lo cual depende más de la fuerza y el poder económico determinado por ella (¿Barbarie?), que de su capacidad intelectual.

También podemos hablar de lo cultural haciendo referencia a los objetos que representan la actividad de esos hombres y sociedades. Así nos queda la cultura “encerrada” en institutos de investigación científica, museos, teatros o bibliotecas. Esto, no hace más que mostrarnos la cultura que fue, una cultura muerta, que ya no evoluciona. Está allí expuesta o expresada, en los lugares donde el poder puede sacar provecho de ella, oculta y definitivamente perdida cuando resulta nociva a dicho poder o, peor aún, convertida en su herramienta.

Por supuesto nos sigue quedando otra, más aceptada en la teoría que llevada a la práctica, donde la cultura es el conjunto de actividades, convicciones y mistica de una sociedad o grupo. Sin embargo, partiendo de cualquiera de estas definiciones podemos concluir que los individuos, en calidad de tales, sólo pueden aspirar a expresar, conservar, o incorporar algunos elementos dentro de lo que llamemos cultura y ello siempre representa una relación de poder.

Toda relación de poder (acción de uno o unos sobre otro u otros) plantea un problema ético, es decir estético. (ver definición de ética / estética, en artículos anteriores con el título "filosofía de bar")

Por ejemplo, cuando un elemento (forma, color, textura, luz, etc) del expresionismo ingresa en una composición cubista produce una invasión estética, es decir se hace fácilmente verificable que molesta, invade, no corresponde a esa composición porque proviene de otra estética, otra lógica. Claro que si la estética cubista resulta invadida a tal punto que los elementos expresionistas llegan a ser muchos más que los originales (cubistas), acabarán por ser estos los que molestan en la composición.

Estamos hablando de composiciones de la estética. Sin embargo, estas relaciones de poder pueden caber perfectamente a la ética: Una cultura invadida por otra. Un estado invadido por otro. Una sociedad invadida por otra. Un ejemplo podría ser la conquista de América, donde hoy son los descendientes de las culturas originales los que aparecen como “invasores”. No pertenecen a la ética de la cultura que hoy habita las tierras que originalmente fueron suyas y a las que ellos pertenecían, como elementos de una estética que se corresponden mutuamente.

Dado que la evolución de las culturas implica acción, (consciente o inconsciente) está indefectiblemente ligada a la ética. Así, todo en la cultura puede analizarse como un problema compositivo estético.

Por otro lado, vimos también que “eso que llamamos naturaleza” hace mucho tiempo que no existe (si con ello nos referimos a aquello que evoluciona libremente, al margen de la evolución de las culturas). Sólo podemos hablar de paisaje, es decir ese contenedor inevitable de cultura / natura y que resulta de la relación que ellas establecen.

Sin embargo, así como para la cultura existe esa síntesis que vive en museos y bibliotecas, para lo que fue natura también existe una síntesis expresada en eso que llamamos ambiente.

Lo ambiental es algo que no vemos completamente si consideramos ambiental todo lo atmosférico. Pero también podríamos considerar como lo ambiental al conjunto de componentes perceptibles del paisaje. Claro que así integramos en lo ambiental un sinnúmero de elementos culturales que resultan consecuencia de la acción humana en el ambiente. Y la evaluación entre lo que resulte deseable o no, correrá por cuenta de cultura. Lo que resulta indiscutible es que hoy, lo que es habitualmente llamado ambiental ha resultado afectado por el conjunto de nuestras actividades y así, probablemente resulte la expresión física más clara de lo que llamo natoculturaleza. Es allí, en lo ambiental-atmosférico, donde más uniformemente se conjugan los elementos de natura y cultura. Quizá nos resulte difícil aceptar el concepto de lo natocultural, porque su expresión física más palpable, permanece relativamente oculta al tipo de percepción más relevante de nuestra cultura occidental judeocristiana sajonizada: la vista.

No debemos por ello caer en el error de creer que la estética de nuestros paisajes no sigue influenciando nuestras vidas. Seguimos insertos en el paisaje (con distintos grados de culturalidad desde lo silvestre a lo rural-intensivo o lo urbano-céntrico) y cualquiera sea el grado de culturalidad que ese paisaje haya adoptado, siempre estará presente aquella definición de naturaleza que confundimos con identidad. Es decir, a la realidad de ese paisaje nunca le es ajena la identidad de las condiciones ambientales en que se desarrolló. Más aún: lo condicionan para ser lo que es. Tanto porque allí sigue estando lo atmosférico que nuestros ojos no ven y que también es resultado de la evolución natocultural como porque ni las formas ni los colores presentes en el paisaje culturizado existirían si no hubieran estado expresadas de alguna manera antes del inicio de su culturización. Hoy cultura y ambiente son causa y consecuencia simultánea y en ambas direcciones. Si no podemos ver que lo cultural merece el mismo tipo de respeto que lo ambiental, nunca lograremos cambiar esta realidad donde el enfrentamiento entre cultura y natura sólo terminará con la derrota de todos.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Natoculturaleza (Cultura como resultado evolutivo de natura)


Una vez hubo un planeta joven al que hoy llamamos tierra. Y como todas las cosas, el sólo existir lo dotaba de cierta identidad. Una determinada forma, una posición en el espacio, un determinado número de elementos. Era otro planeta en el contexto del universo, pero su composición lo hacía éste planeta.

En él, todo se combinaba y formaba permanentes nuevas realidades, es decir evolucionaba con una lógica propia. Esta evolución determinó una madurez que lo hizo cada vez más estable, armónico y equilibrado. Esta evolución (que nunca se detuvo) también determinó la gestación de la especie humana.

Esta especie, a pesar de sus grandes desventajas físicas frente a otras, sobrevive gracias a su adaptabilidad. Esta característica se sostiene en otra que desarrolló por encima de todas las demás especies: racionalidad. No creo que aquello que llamamos capacidad de razonar sea exclusivo de nuestra especie; más bien tiendo a creer que esta capacidad fue el resultado lógico de la evolución que nos obligó a superar dificultades que otras especies resolvieron de distintas maneras: apoyándose más en sus cualidades físicas que intelectuales. Lo que resulta indiscutible es que los humanos la hemos desarrollado más que ninguna otra especie animal.

Hasta donde las sociedades primitivas eran nómadas, cazadoras y recolectoras, no existía nada que modifique la dirección de la evolución natural. Todo seguía siendo prueba y error: mecánica por la cual se produce la selección del más apto. Es decir, existía una naturaleza y los seres humanos éramos un elemento más de esa composición armónica y equilibrada. Sujetos como cualquier otro ser, al contexto de su evolución.

Algo empezó a cambiar definitivamente cuando el primer hombre que observó la manera en que natura producía aquello que le servía de alimento; decidió clavar una herramienta en el suelo y depositar semillas en el orificio obtenido o encerrar animales para controlar su multiplicación. Lo que hasta ese momento era selección natural acababa de modificarse, y empezaba a ser reemplazado por la selección conducida por una sola especie de acuerdo a sus necesidades. Este acto, del que nuestra especie aún hoy se vanagloria, determinó un cambio decisivo. Es allí donde empezó a dejar de existir eso que ingenuamente todavía llamamos naturaleza. Nunca, hasta hoy nos hicimos realmente cargo de conducir esa evolución que modificamos y aún hoy actuamos solo en virtud de nuestras necesidades, convirtiendo en réditos para algunos, lo que es catastrófico para todos. El aprovechamiento de los hielos antárticos o la deforestación amazónica son sólo los ejemplos más grotescos de esta realidad, pero estoy seguro, señor lector, que si lo reflexiona un poco, encontrará miles de ejemplos prácticos en su vida cotidiana.

Las primeras transformaciones que el hombre produjo en su paisaje estaban, como es lógico, destinadas a cubrir necesidades básicas. Tanto los primeros cultivos como la cría de los primeros ganados (ambos deberían considerarse cultivos) tuvieron razones alimenticias. Luego, la vestimenta y la construcción de refugios, requirieron nuevas transformaciones. Los asentamientos urbanos, seguían cubriendo necesidades humanas. Después, el comercio puso lo suyo, al requerir vías de comunicación y todo esto iba desarrollando a las distintas culturas que, en calidad de tales desarrollaban también su identidad (¿naturaleza?) en las formas de sus expresiones artísticas. Así, los placeres estéticos como los requerimientos funcionales fueron haciendo un manejo del paisaje resultante que determinó la aparición de espacios (a veces mal llamados huecos por un prejuicio utilitarista) donde ni se criaba, ni se cultivaba (al menos con finalidad productiva) ni se residía. Luego estos espacios abiertos fueron llamados parques, plazas, patios, jardines, etc. Casi como ninguna otra cosa estos espacios sintetizan la historia de lo que fue natural. Casi como un acto reflejo, aún hay quienes le llaman naturaleza a estos espacios, donde nada, ni el suelo, ni los vegetales, ni la fauna (micro y macro) que los habita es resultado de la evolución determinada por la selección del más apto. Sino más bien consecuencia de la evolución de nuestros requerimientos.

Ya no existe una naturaleza que cuidar. Se equivocan las entidades, organizaciones y personas que bienintencionadamente piensan de esta manera. Hemos creado el caos en lo que alguna vez fue armónico y equilibrado y es definitivamente tarde para cuidarlo. Ahora hay una naturaleza que crear. Debemos obtener una estética o sucesión de estéticas que nos conduzcan a un nuevo equilibrio.

Alguna vez habrá que definir esto que ya no podemos llamar naturaleza porque hace mucho que no lo es. Natoculturaleza, es una propuesta que ofrezco para analizar frente a otras posibles. Este término encierra el concepto de unidad entre dos cosas que hasta hoy se han considerado como opuestas. Además estaremos irremediablemente sujetos o condicionados a la primera definición de naturaleza: La naturaleza de las cosas y los seres (aquello que los hace lo que son y deberíamos llamar identidad). Es decir el conjunto de sus cualidades y comportamientos. Pero debemos ser conscientes, porque ya no caben ni la ingenuidad ni la inconsciencia, frente a la realidad: Es desde nuestra cultura desde donde se genera el paisaje que nos rodea, lo consideremos natural o no. Esto último podrá parecer una verdad de Perogrullo a algunos lectores, sin embargo me atrevo a poner en dudas que todos sean realmente concientes de ello. ¿Es consciente el fabricante de equipos de refrigeración, que su producto calienta más aire que el que enfría? ¿y sus usuarios?. ¿Es consciente el arquitecto del valor cultural y ambiental del espacio no techado (mal llamado vacío o hueco)? ¿Y sus habitantes? ¿Son conscientes el ingeniero agrónomo o el veterinario del equilibrio necesario entre lo cultural y lo ambiental en el espacio destinado a la producción? ¿Y los productores agropecuarios? ¿Son conscientes del mismo equilibrio quienes diseñan en cualquier ámbito en el espacio abierto? ¿Y quienes lo usan? Y en el utópico caso de que todas las respuestas resultaran afirmativas ¿Existe un orden lógico de prioridades para que cada uno ubique lo ambiental y lo cultural? ¿Cuál? Y ¿En qué lugar colocan uno y otro?

Aquí vale la pena decir otra cosa que puede sonar como una perogrullada: No es igual inconsciencia que inocencia. Todo es una sola y gran composición y muchos sabemos que no existen las composiciones inocentes. Solo son inconscientes. Un psicólogo o un psico- pedagogo lo pueden explicar muy bien, pues forma parte de la “naturaleza” humana.

Es por allí; por la realidad de nuestra propia identidad como especie por donde deberíamos empezar a reconsiderar eso que llamamos naturaleza.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Eso que llamamos Naturaleza


Cuando decimos naturaleza, podemos estar hablando de muy distintas cosas. Podemos referirnos a la naturaleza de seres, objetos, materiales, etc. Esto habla de todo aquello que les da entidad. Es decir lo que es intrínseco a cada una de esas realidades. Por Ej.: lo que es parte de la naturaleza de una forma, es todo aquello que le da esa identidad, que no es igual para un cubo que para una esfera ni para alguna mucho más compleja que se componga de muchas otras. Lo mismo pasa con las naturalezas (identidades) de los colores, texturas, materiales, etc. Es decir, confundimos naturaleza con identidad. Esta confusión no deja de ser, como mínimo, interesante. (si natura es el origen de todo, es allí donde residen todas las identidades)

También, hacemos referencia a la identidad diciendo naturaleza cuando hablamos de las características de un vegetal, animal o persona. Existen un conjunto de datos, que hacen que cada una sea lo que es y esto compone “su naturaleza”. Casi inconscientemente utilizo la palabra “compone” ya que sin lugar a dudas cada cosa y cada ser es precisamente eso: una composición. Es más, el conjunto de seres o cosas también es una composición, ya que todo existe simultáneamente y vinculado al resto de la realidad. Esa gran realidad que nos rodea, también nos condiciona y condiciona a cada ser o cosa, ya que no tenemos más remedio que coexistir y este conjunto de condicionamientos también compone, como un hilo invisible que relaciona todo.

Pero, cuando decimos naturaleza para referirnos al conjunto de seres y cosas “ajenos” a las culturas humanas, (es decir, el paisaje de aquellas colinas o esta llanura, eso que ocurre en los bañados de un río o en aquella isla lejana) nos equivocamos. Cometemos un grave error conceptual con consecuencias nefastas al llamar naturaleza a esto que pretendemos, que libremente evoluciona como si estuviera al margen de las conductas y acciones (éticas) humanas; como si ese hilo invisible no pudiera enhebrarlas.

Claro que verlo así, no deja de tener la ventaja de mantenernos al margen de las “catástrofes naturales”. Así es como no podemos sentirnos responsables de la erupción de un volcán o de un terremoto y nos separa de las responsabilidades por tormentas o inundaciones, poniendo a todo esto en una especie de designio divino o incomprensibles caprichos de lo que erróneamente insistimos en llamar naturaleza.

Me pregunto ¿No nos pone esto en igual nivel de ingenuidad que aquel hombre primitivo que adoraba al trueno como a un dios por no poder comprenderlo? ¿No estamos “algo grandes” ya para seguir cometiendo la misma ingenuidad?

Hoy, cuando ya es in disimulable que la Antártida se derrite, que las corrientes oceánicas cambian de dirección modificando climas en todo el planeta, que el Amazonas ya no retiene toda el agua que la tierra necesita ni produce la cantidad necesaria de oxígeno ¿A quién beneficia este antiguo, ingenuo y nocivo concepto de naturaleza?

Si, claro, no quiero caer en la ingenuidad de creer que no existe algún beneficiario. Hay empresas japonesas que “capturan” los témpanos que se desprenden de la Antártida (se trata del agua más pura que contiene el planeta) y comercializan el agua resultante. También están los intereses ganaderos y papeleros en el Amazonas por parte de empresas de los EU. Sin embargo ¿Seremos ingenuos quienes sostenemos la ingenuidad de este concepto de naturaleza? O ¿Serán ingenuos quienes insisten en él?

Cuando el aire sea irrespirable (sabemos que en gran medida ya lo es), el agua imbebible, etc. lo será para todos. Incluidos aquellos momentáneos beneficiarios que cometen la ingenuidad de creer que no van a vivir las catástrofes “naturales” que ya están viviendo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

brevísima síntesis histórica de "eso que llamamos cultura"


Cargada de omisiones que todos sabrán disculpar (especialmente antropólogos, arqueólogos e historiadores)

Nuestra cultura, a la que bien podríamos llamar Occidental Judeocristiana Sajonizada, tiene una relativamente breve historia frente a otras como la Sintoísta u otras de origen indio cuyos comienzos se pierden en las leyendas y para las cuales se calcula antigüedades de más de 10000 años.

Esta cultura en la que vivimos y que nosotros solemos ver como universal (globalización mediante) tiene unos jóvenes 2500 años. Sus bases se desarrollan desde la Grecia clásica y la Roma Imperial.

Si bien el clima mediterráneo de aquel entonces resultaba bastante benigno (más que el actual), no lo eran tanto las condiciones de subsistencia. Sólo el olivo y la vid se daban con relativa facilidad y ellos por si solos no satisfacían todas las necesidades alimenticias humanas. Las dificultades para los cultivos de fibras y granos en un suelo pedregoso con pocas superficies planas, obligaron a aquellos hombres a crear técnicas y estrategias donde el ingenio, sumado al desarrollo de las capacidades físicas e intelectuales fue determinante. Esto, que queda literal y literariamente explícito en la obra de Hesíodo “Los trabajos y los días”, (considerada por algunos una de esas primigenias obras literarias de nuestra cultura), posiblemente fue el “huevo” de su expansión. Es decir, aprender a superar algunas de sus dificultades, desarrolló también nuevas facetas de sus futuras acciones. Así, esta cultura, con el tiempo resultaría más fácilmente aplicable que otras a sitios adversos. En el camino de su crecimiento serían el norte de Europa primero (con temperaturas demasiado bajas, suelos pobres y poca energía solar utilizable para la vida) y el norte de América después (ya más por una razón de conquista e invasión, aunque compartiendo elementos ambientales y geográficos con la Bretaña original) los lugares físicos adecuados para el desarrollo de toda su potencialidad. Así también, comenzaría a sajonizarse aquello que en su origen fue latino. No debemos olvidar que mientras en Grecia ya se representaba teatro con su forma actual, los pueblos “bárbaros” del norte aún corrían a piedrazos, pequeños animales para alimentarse.

Esta misma relación Natura-Cultura, que posibilita o potencializa el desarrollo de la segunda, encuentra ejemplos en todas las historias de distintas culturas en distintos lugares y épocas.

En las culturas sudamericanas precolombinas, tenemos el ejemplo incaico. Todo resultaba adverso en las cimas y laderas de la cordillera más extensa del mundo, con alturas donde hasta lo atmosférico ambiental es inadecuado para la función orgánica más básica de la vida humana como respirar. El empeño puesto por estos hombres para superar las adversidades de una naturaleza tan inhóspita, desarrolló en ellos individualmente y en su cultura colectivamente, capacidades y formas de organización que luego encontraron expresión en la totalidad de sus actividades. Determinando así, una cultura con facilidad para expandirse sobre otros territorios frente a cuyos habitantes resultaban de una superioridad tal, que aparentemente muchas de las conquistas territoriales incaicas, ni siquiera requirieron del uso de la fuerza.

También en Sudamérica encontramos a las culturas guaraníticas. La relación que ellas establecieron con natura fue casi la opuesta. El ambiente en el que se desarrollaban era tan benigno, que no les obligaba a “torcer” o por lo menos intentarlo, el equilibrio evolutivo que natura imponía. Muy por el contrario, resultaban beneficiarios de esa realidad. Así, podían vivir despreocupadamente, sirviéndose de natura, aquello que necesitaban y ella les “ofrecía generosamente”. Nunca sabremos lo suficiente sobre el origen de estas culturas precolombinas. Por un lado, el universo guaranítico, probablemente por su relación armoniosa con la naturaleza no se propuso (aparentemente) dejar pruebas de su origen. Por otro lado, el universo incaico fue prolija y minuciosamente devastado por la conquista con la pretensión (consciente para algunos e inconsciente para otros) de borrar toda prueba que permita el análisis posterior de una cultura que pudiera sustentar en cualquier futuro, principios opuestos o simplemente distintos a los de la nuestra.

Pero todo el empeño puesto por la conquista para borrar una cultura completa (por ejemplo: demoliendo templos y construyendo iglesias sobre sus escombros) fue insuficiente frente al tamaño descomunal de la obra incaica en Sudamérica. Aún así, tanto a arqueólogos como a historiadores les resulta imposible una reconstrucción completa de la verdad.

Lo que aún podemos verificar con relativa facilidad son los datos que relacionan a natura y cultura en la realidad encontrada por la conquista.

Esto es, la magnificencia de la obra incaica en un sitio increíblemente adverso para la vida y la poca obra guaranítica en otro sitio. Uno mucho más apto y posibilitante. Parece que aquí si se estableciera un equilibrio estético entre natura y cultura. Donde natura no proveía lo necesario, cultura lo desarrolló, obteniendo un equilibrio compositivo. Mientras donde natura proveía todo, ese equilibrio se obtenía sin necesidad de agregar nada.

Analicemos cada caso por separado:

La estética natural de la cordillera andina, no resultó gravemente afectada por los importantísimos cultivos incaicos. Muy por el contrario se obtuvo una estética enriquecida por elementos que no le son ajenos a ese paisaje, agregados y reordenados por cultura sin desconocer (¿les habrá resultado imposible?) la lógica con que natura los relacionaba. Tanto las formas y colores de sus artes y su arquitectura no son para nada ajenos a la estética de la cordillera andina. De hecho las tecnologías que desarrollaron tampoco. Sus cultivos principales (el maíz y la quinua) no eran otra cosa que extensiones culturales de lo que naturaleza proveía; lo suficientemente aislados de ella para que no interfirieran pero ordenados con la mixtura y secuencia que natura les impone. Las terrazas utilizadas para este fin, no eran otra cosa que la extensión de cortes horizontales que la montaña ya proponía en los lugares donde el curso generado por deshielo u otro tipo de cauce, ya los había situado y, lógicamente, esta situación facilitaba el riego que manejaban cuidadosamente para garantizar el éxito de las cosechas. Últimamente, hasta la National Geographic (muy reacia a registrar virtudes culturales que no tengan origen en el norte americano o europeo) se vio obligada a reconocer que esta forma de cultivos no sólo resultaba muy poco agresiva con la naturaleza, sino que además parece que producían lo suficiente para sostener poblaciones muy superiores a las que hasta hoy se suponía que habitaban estos lugares y permitía también una importante actividad comercial.

Todo esto obtenía (quién sabe si por casualidad o por conciencia de la cultura) un equilibrio, lo suficientemente armónico para considerarlo compositivamente artístico. Claro que esto cae en un territorio donde la verdad histórica (¿Se habrá publicado realmente esta verdad alguna vez? ¿O el manejo de las relaciones de poder nos dejarán ver sólo la parte que les interesa?) se mezcla con las suposiciones y la mitología.

Sin embargo, es en la otra cultura mencionada, la guaranítica, donde podemos encontrar datos de mayor armonía entre lo cultural y lo natural. Esta, se acomodó a lo que natura proveía, o buscó y encontró el lugar adecuado para su desarrollo. Lo cierto es que este paisaje comenzó a degradarse recién a partir de los intereses de la conquista y posterior establecimiento de nuestra cultura en él. Hoy los argentinos, o más ampliamente los latinoamericanos habitamos esos paisajes en que esas culturas se desarrollaron. También sabemos que estos paisajes no dejaron de degradarse desde la conquista hasta hoy. Y, desde hace muy poco tiempo esta degradación empieza a tomarse con la seriedad que merece; no por las posibilidades agotadas para nuestro desarrollo, sino por lo que este agotamiento significa para toda nuestra cultura. Esa que propongo llamar Occidental Judeocristiana Sajonizada y cuyas sociedades poderosas tienen asiento en otros paisajes.

Si es difícil obtener datos verificables sobre el total del desarrollo cultural incaico (que se presume importantísimo), mucho más difícil es determinar datos concretos sobre las conductas y actividades que las culturas guaraníticas habían desarrollado antes de la conquista. Sabemos que la soberbia con que el europeo promedio actuó en dicho período hace poco apreciable su visión de la realidad. Esta soberbia escondía, entre otras cosas, una enorme incapacidad para interpretar las verdaderas motivaciones de dichas actividades y conductas. Así llegan hasta nuestros días crónicas donde se tildan de bárbaras algunas conductas. Un problema compositivo en la mezcla de distintas éticas. Sin embargo, hoy en día, aquellos Guaraníes, (probablemente, si tuvieran la oportunidad) enrojecerían de furia o vergüenza al ver algunas conductas cotidianas que el capitalismo ha logrado establecer en nuestra cultura. Creo que todos, ya hemos comenzado a relativizar aquel barbarismo y aún sin contar con datos concretos y verificables, intuimos que aquellas culturas, desarrolladas cada una en su paisaje pudieron establecer una relación entre Cultura y Natura, que por lo menos debería resultarnos envidiable. Tal vez ellos, de algún modo no habían establecido esta absurda guerra que nosotros encaramos contra nosotros mismos y donde somos el único enemigo. Nunca podremos saberlo, ya que la conquista no sólo consiguió ocultarnos con bastante eficiencia las verdades sobre aquellos hombres, si no que también interrumpió drásticamente el probable desarrollo equilibrado que ellos estaban consiguiendo.

Sólo podemos dar fe de la relación que nuestra cultura estableció con natura, ya que nos resulta inevitable, sufrir sus consecuencias. Siempre quedará en el campo de las suposiciones lo que pudo haber conseguido cualquier otra cuyo desarrollo se haya interrumpido.

Sin embargo sobreviven, aún distorsionadas por el fenómeno que mal llamamos globalización, (que no es otra cosa que la tradicional invasión cultural que de distintas maneras se ha dado en todas las épocas,-siempre por razones económicas- desde que la “cultura que manejaba la piedra se encontró con la que manejaba la caña”) otras culturas que establecieron distintas formas bastante armónicas de relacionarse con natura. Se trata de antiquísimas culturas orientales que merecen un análisis mucho más serio del que hacemos. En realidad somos nosotros quienes deberíamos hacernos merecedores de dicho análisis, porque nuestra mirada “eurocentrista” o “norteamericanista” (paradójica, si vemos desde Latinoamérica) nos suele ocultar los datos vivos de una realidad que probablemente siempre fue conscientemente natocultural. Conocer a qué se llamaba “jardinero” en la antigua china imperial, nos puede hacer mirar esas realidades con distintos ojos. Claro que para lograrlo debemos bajarnos de la cima del Partenón, lugar que ni siquiera los fundadores de nuestra cultura se atrevieron a ocupar, ya que originalmente simbolizaba al Olimpo.

En algunos pueblos o países aún cabría claramente el rescate identitario cultural. De hecho algunos países europeos lo buscan en la revalorización de la estética de sus paisajes, ya que en ellos se desarrollaron. Esto también resultaría aplicable a algunos países latinoamericanos, donde con grandes dificultades, las culturas nativas sobreviven en una relativa paridad numérica con la que los invadió y sus paisajes son de una estética tan fuerte y propia que las condiciones son adecuadas para dicho rescate.

Particularmente en Argentina, la identidad (¿Naturaleza?) de eso que llamamos cultura, tiene raíces muy lejos de aquí y las raíces que residen en nuestro actual paisaje (pobre resabio del que fue), son las de culturas que ya no existen. Aquí ya es tarde para un rescate de alguna identidad cultural. Es tan tarde como para la bienintencionada pero equivocada idea de cuidar la naturaleza. Así como en todo el planeta ya no hay una naturaleza que cuidar, aquí, ya no hay una cultura que rescatar.

Probablemente, sea el momento y el lugar adecuado para el nacimiento de una identidad natocultural. En cuanto al lugar, se trata de aquel que pudo hacerlo para el desarrollo de otras culturas que probablemente estuvieran en camino de conseguir un equilibrio adecuado. Quizás no resulte accidental, sino lógico, como resultado de la evolución del paisaje (“contenedor” inevitable de Cultura y Natura), que este sea el lugar y el momento para esta propuesta.

Por otro lado, la devastación de la que ha sido objeto este paisaje, no se diferencia en nada de la devastación de la que han sido objeto, primero las culturas originales y luego la parte de cultura occidental judeocristiana sajonizada que hoy lo habita.

Todo esto, que parece tan abarcativo e histórico, tiene reflejos en la vida diaria de grupos menores dentro de eso que llamamos cultura. Los países, las ciudades, los barrios, las distintas instituciones, aún cada grupo familiar, suma conductas y actividades que representan en forma cotidiana estas relaciones entre cultura y natura. (Por ejemplo, arrojamos nuestra basura en algún lugar de la no cultura, allí donde no la vemos, en eso que suponemos natura, un territorio que consideramos “enemigo” y por eso, lógico receptor de aquello que despreciamos. Este ejemplo es probablemente el más visible de estos reflejos, pero si se detiene a pensarlo, seguramente encontrará muchos otros)

Es decir, desde la más simple e inconsciente actitud individual, hasta las más grandes manifestaciones sociales, hacemos cultura y la hacemos en el paisaje que habitamos, que no es otra cosa que el único envase posible para la realidad, donde indefectiblemente se relaciona con natura, produciendo en ella modificaciones que luego influyen en nuestra vida cotidiana (en nuestras conductas y acciones, es decir en nuestra ética). Más sintéticamente, aquello que construye “eso que llamamos cultura”, también construye “eso que llamamos natura” y lo entendamos o no, cada uno de nosotros lo estamos construyendo



viernes, 26 de noviembre de 2010

Territorialidad y cultura (1)


Somos como el territorio que habitamos

Si, tal vez suene curioso o rebuscado, pero lo somos. Se me ocurre demostrarlo con un ejemplo que todos vamos a entender:

Ancona, en Italia es una ciudad rica, capital de una región en la que se implanta una de las cuencas lecheras mas importantes de Europa. Así, la riqueza de sus habitantes proviene directa o indirectamente de la producción de lácteos, principalmente quesos. Conozco el tema porque soy hijo de un anconetano y parte de mi familia aún vive ahí, sencillamente nunca se vinieron.

Pero...¿Cómo llega un gringo de Ancona a producir un queso?

A pesar que los valles de la región tienen un clima templado frio ideal para esa producción y su proximidad al mar los dota de una humedad adecuada a la que las montañas no dejan escapar, en esos valles no hay suelo.

No existe eso que a nosotros nos parece tan común y esta siempre bajo nuestras suelas o bajo las baldosas y llamamos tierra o mas propiamente suelo. Allí, solo hay piedra.

Por lo tanto, para que un gringo llegue a su tan ansiado queso, debe empezar por moler la piedra, como un presidiario condenado a trabajos forzados, ni mas ni menos. Cuando logró molerla a un tamaño o granulometría de arena, la mezclará con pasto seco y bosta que comprará.

¡Claro que los comprará! porque si allí no hay suelo, tampoco hay pasto (otra cosa muy común entre nosotros, cuyo justo valor no reconocemos) y comprará la bosta, porque quien la tiene cría un animal que come pasto y para llegar hasta la bosta (un subproducto muy apreciado) hay que pasar por un largo tiempo de trabajos muy duros. Recién cuando la mezcla de arena, bosta y pasto haya fermentado apropiadamente, nuestro pobre gringo podrá sembrar unas semillas que producirán el pasto que le permitirá alimentar una vaca. Cuando la vaca, si todo sale bien hasta aquí, haya crecido lo suficiente, le pagará a algún vecino para que la sirva su toro, y así preñada, empiece a producir sus primeras leches. Después de varios ensayos y cuando el ternero este compitiendo seriamente con las ansias de queso del nuestro gringo, habrá logrado cuajar la leche con la bacteria adecuada y el primer queso estará en camino, madurando al abrigo de un sótano fresco.

Ahora ya pasaron 4 o 5 años desde que este italiano empezó a moler la piedra y como todo le salió bien, es decir, no hubo ni sequías ni inundaciones, ni se enfermó la vaca ni su ternero (lo que hubiera arruinado al gringo o retrasado sus planes) ahí esta el tipo, orgulloso con su primer queso bajo el brazo.

¡Andá y pedíle una feta! ¿Creés que por algún motivo lo va a cortar para compartir con alguien? A sus pies morirán de hambre mil africanos y mil niños sudacas sin que a él se le mueva un pelo. Nada va a impedirle vender bien caro su queso o, en el peor de los casos compartirlo con su propia familia, aunque ellos tengan otras cosas que comer.

Se va entendiendo la idea?.....

¡No se le puede pedir generosidad o solidaridad a ese gringo! Como a ningún europeo. Porque habitan un territorio pobre y mezquino, totalmente incapaz de dar algo voluntariamente, al que hay que sacarle por la fuerza lo poco que es capaz de entregar.

Somos como el territorio que habitamos. Será por eso que los santafesinos somos un poco líquidos en nuestras decisiones y nuestras acciones, nos dejamos llevar fácil y lentamente por la corriente.

Los que crecen en un territorio mezquino y desarrollan su cultura y sus sociedades con esfuerzo y mezquindad, o aprenden a robar lo que necesitan en otros territorios mas generosos o son indefectiblemente egoístas como el territorio que habitan. Así, mucho gringo muerto de hambre vino a saciarla en nuestros generosos suelos y nosotros somos un poco raros, porque somos sus hijos o nietos y todavía no aprendimos a entender que acá no hace falta tanto esfuerzo, tanto egoísmo y tanta mezquindad.

Pero se nos metió el río en la venas y lo amamos como nativos y lo odiamos como los europeos de la conquista que nunca lo entendieron.

En realidad nosotros recién estamos aprendiendo a ser como el territorio que habitamos y recién cuando hayamos comprendido que el río no es un enemigo y que de él no hay que defenderse sino que hay que entenderlo porque es fuente de toda vida, porque trae el agua, el agua dulce que también es fuente de cualquier potencial riqueza, recién entonces estaremos acomodados en nuestro territorio y seremos nosotros mismos. Ricos, blandos, casi siempre mansos pero violentos y desbordados cuando no se nos comprende. Como el río, porque somos eso, somos lo que él es capaz de producir y aún no comprendemos. Todos somos, como el territorio que habitamos.