miércoles, 15 de diciembre de 2010

Natoculturaleza (Cultura como resultado evolutivo de natura)


Una vez hubo un planeta joven al que hoy llamamos tierra. Y como todas las cosas, el sólo existir lo dotaba de cierta identidad. Una determinada forma, una posición en el espacio, un determinado número de elementos. Era otro planeta en el contexto del universo, pero su composición lo hacía éste planeta.

En él, todo se combinaba y formaba permanentes nuevas realidades, es decir evolucionaba con una lógica propia. Esta evolución determinó una madurez que lo hizo cada vez más estable, armónico y equilibrado. Esta evolución (que nunca se detuvo) también determinó la gestación de la especie humana.

Esta especie, a pesar de sus grandes desventajas físicas frente a otras, sobrevive gracias a su adaptabilidad. Esta característica se sostiene en otra que desarrolló por encima de todas las demás especies: racionalidad. No creo que aquello que llamamos capacidad de razonar sea exclusivo de nuestra especie; más bien tiendo a creer que esta capacidad fue el resultado lógico de la evolución que nos obligó a superar dificultades que otras especies resolvieron de distintas maneras: apoyándose más en sus cualidades físicas que intelectuales. Lo que resulta indiscutible es que los humanos la hemos desarrollado más que ninguna otra especie animal.

Hasta donde las sociedades primitivas eran nómadas, cazadoras y recolectoras, no existía nada que modifique la dirección de la evolución natural. Todo seguía siendo prueba y error: mecánica por la cual se produce la selección del más apto. Es decir, existía una naturaleza y los seres humanos éramos un elemento más de esa composición armónica y equilibrada. Sujetos como cualquier otro ser, al contexto de su evolución.

Algo empezó a cambiar definitivamente cuando el primer hombre que observó la manera en que natura producía aquello que le servía de alimento; decidió clavar una herramienta en el suelo y depositar semillas en el orificio obtenido o encerrar animales para controlar su multiplicación. Lo que hasta ese momento era selección natural acababa de modificarse, y empezaba a ser reemplazado por la selección conducida por una sola especie de acuerdo a sus necesidades. Este acto, del que nuestra especie aún hoy se vanagloria, determinó un cambio decisivo. Es allí donde empezó a dejar de existir eso que ingenuamente todavía llamamos naturaleza. Nunca, hasta hoy nos hicimos realmente cargo de conducir esa evolución que modificamos y aún hoy actuamos solo en virtud de nuestras necesidades, convirtiendo en réditos para algunos, lo que es catastrófico para todos. El aprovechamiento de los hielos antárticos o la deforestación amazónica son sólo los ejemplos más grotescos de esta realidad, pero estoy seguro, señor lector, que si lo reflexiona un poco, encontrará miles de ejemplos prácticos en su vida cotidiana.

Las primeras transformaciones que el hombre produjo en su paisaje estaban, como es lógico, destinadas a cubrir necesidades básicas. Tanto los primeros cultivos como la cría de los primeros ganados (ambos deberían considerarse cultivos) tuvieron razones alimenticias. Luego, la vestimenta y la construcción de refugios, requirieron nuevas transformaciones. Los asentamientos urbanos, seguían cubriendo necesidades humanas. Después, el comercio puso lo suyo, al requerir vías de comunicación y todo esto iba desarrollando a las distintas culturas que, en calidad de tales desarrollaban también su identidad (¿naturaleza?) en las formas de sus expresiones artísticas. Así, los placeres estéticos como los requerimientos funcionales fueron haciendo un manejo del paisaje resultante que determinó la aparición de espacios (a veces mal llamados huecos por un prejuicio utilitarista) donde ni se criaba, ni se cultivaba (al menos con finalidad productiva) ni se residía. Luego estos espacios abiertos fueron llamados parques, plazas, patios, jardines, etc. Casi como ninguna otra cosa estos espacios sintetizan la historia de lo que fue natural. Casi como un acto reflejo, aún hay quienes le llaman naturaleza a estos espacios, donde nada, ni el suelo, ni los vegetales, ni la fauna (micro y macro) que los habita es resultado de la evolución determinada por la selección del más apto. Sino más bien consecuencia de la evolución de nuestros requerimientos.

Ya no existe una naturaleza que cuidar. Se equivocan las entidades, organizaciones y personas que bienintencionadamente piensan de esta manera. Hemos creado el caos en lo que alguna vez fue armónico y equilibrado y es definitivamente tarde para cuidarlo. Ahora hay una naturaleza que crear. Debemos obtener una estética o sucesión de estéticas que nos conduzcan a un nuevo equilibrio.

Alguna vez habrá que definir esto que ya no podemos llamar naturaleza porque hace mucho que no lo es. Natoculturaleza, es una propuesta que ofrezco para analizar frente a otras posibles. Este término encierra el concepto de unidad entre dos cosas que hasta hoy se han considerado como opuestas. Además estaremos irremediablemente sujetos o condicionados a la primera definición de naturaleza: La naturaleza de las cosas y los seres (aquello que los hace lo que son y deberíamos llamar identidad). Es decir el conjunto de sus cualidades y comportamientos. Pero debemos ser conscientes, porque ya no caben ni la ingenuidad ni la inconsciencia, frente a la realidad: Es desde nuestra cultura desde donde se genera el paisaje que nos rodea, lo consideremos natural o no. Esto último podrá parecer una verdad de Perogrullo a algunos lectores, sin embargo me atrevo a poner en dudas que todos sean realmente concientes de ello. ¿Es consciente el fabricante de equipos de refrigeración, que su producto calienta más aire que el que enfría? ¿y sus usuarios?. ¿Es consciente el arquitecto del valor cultural y ambiental del espacio no techado (mal llamado vacío o hueco)? ¿Y sus habitantes? ¿Son conscientes el ingeniero agrónomo o el veterinario del equilibrio necesario entre lo cultural y lo ambiental en el espacio destinado a la producción? ¿Y los productores agropecuarios? ¿Son conscientes del mismo equilibrio quienes diseñan en cualquier ámbito en el espacio abierto? ¿Y quienes lo usan? Y en el utópico caso de que todas las respuestas resultaran afirmativas ¿Existe un orden lógico de prioridades para que cada uno ubique lo ambiental y lo cultural? ¿Cuál? Y ¿En qué lugar colocan uno y otro?

Aquí vale la pena decir otra cosa que puede sonar como una perogrullada: No es igual inconsciencia que inocencia. Todo es una sola y gran composición y muchos sabemos que no existen las composiciones inocentes. Solo son inconscientes. Un psicólogo o un psico- pedagogo lo pueden explicar muy bien, pues forma parte de la “naturaleza” humana.

Es por allí; por la realidad de nuestra propia identidad como especie por donde deberíamos empezar a reconsiderar eso que llamamos naturaleza.

4 comentarios:

  1. mmmm.... interesante. Pero, tranformando naturaleza, realmente HACEMOS naturaleza?

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  2. Supongo que sos el mismo Anónimo al que le pedi que se identifique y veo que no lo haces. Lo supongo porque otra vez interpretas bien. Y mi respuesta es que si, LA HACEMOS. Hace tantos milenios que empezamos esta transformacion, que aún aquello que pretendemos no haber tocado, tambien se modificó, como consecuencia indeseable o no buscada por cultura. Es decir Hacemos naturaleza a conciencia cuando modificamos algo voluntariamente, pero inconcientemente cuando eso modifica otras cosas que no creemos haber tocado

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  3. Efectivamente, la cración no ha terminado. Pero, ¿la estamos haciendo nosotros solos sin ayuda?
    No es una afirmación soberbia y presuntuosa la del escrito?

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  4. NO, Para Nada.
    Si bien presunciones hay en todo porque la verdad no es una, sino la suma de millones de partes, lo que afirmo es el resultado de la razón. La mía claro. O la de unos cuantos...
    Y además la estamos haciendo bastante mal. Mientras millones y millones de inconcientes crean que con un minuto de lucidez y arrepentimiento sincero, basta para ganar un cielo eterno, muchos seguiran haciendonos mierda este planeta que es nuestro único paraiso posible.
    Un abrazo

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